Quiero que Dios sonría – 1
La mayoría de veces que reímos es porque nos encontramos de buen ánimo; pero hablo de una sonrisa sincera y no fingida, una sonrisa que es el resultado de una seguridad o alguna acción que provoco que en mi rostro se dibujara una sonrisa sincera.
No hablo de una sonrisa de burla o provocada por algo gracioso, sino aquella sonrisa que es también producto de una satisfacción. Como cuando obtuvieron su primera casa y se dibujo en ustedes una sonrisa tan hermosa y sincera por el logro obtenido, como cuando compraste tus primeros muebles y veías que eran los más hermosos que jamás habías tenido.
Hablo de esa sonrisa de satisfacción pero también de felicidad provocada por eventos que de una u otra forma nos hacen felices, como el día que nos dimos cuenta que íbamos a ser padres por primera vez o el día que vimos a ese retoño y lo vimos tan hermoso que en nuestro rostro se dibujo una sonrisa sincera.
Esa sonrisa misma que se dibuja cuando tu hijo o hija por primera vez te dice: “Papá” o cuando tu hijo de tres años te dice: “Papá te amo”, esa sonrisa que aparece producto de la seguridad, satisfacción, pero sobre todo producto de una felicidad que hay en tu corazón que como resultado dibuja la sonrisa más sincera que pueda haber en tu rostro.
Quiero que Dios sonría porque no me rindo, quiero que Dios sonría porque no me daré por vencido, quiero que Dios sonría al ver que confío en Él, que creo en lo que Él hará a pesar de no ver que esté sucediendo.
Quiero que Dios sonría al examinar mi corazón y descubrir que lo que digo o hago es con toda sinceridad, quiero que Dios sonría al ver el dolor que provoca en mi el fallarle, el no cumplirle, que Él vea que no estoy dispuesto a acomodarme al fracaso, pero que sí quiero intentarlo de nuevo.
Quiero que sonría al ver que no me dejo manipular por el diablo y sus mentiras, quiero que sonría al ver que este mundo tan atractivo no me va a dominar.
P/ Enrique Monterroza
